lunes, 1 de febrero de 2010

NO TEMAS A LA OSCURIDAD,TEME A LA LUZ

Estaba en casa, en mi cuarto. Llevaba algunas horas jugando a un juego de ordenador de estrategia. Son juegos muy lentos y las horas vuelan jugando, así que me di cuenta de que tenía que acostarme casi a las cuatro de la mañana.

Sediento, me levanté y me dirigí hacia la cocina, a por un vaso de agua. La verdad es que tenía tanta sed que, hasta que no estuve en el salón (habiendo cruzado el pasillo) no me di cuenta de lo tétrico de la situación. Todo estaba oscuro, no se oía un ruido, y mis padres dormían en su habitación con la puerta cerrada. Era extraño, pero las agujas del reloj parecían sonar mucho más alto de noche. De hecho no recuerdo que antes sonaran...

Sacudí la cabeza alejando mis irracionales miedos. La verdad es que no temo a la oscuridad, me gusta. Tengo los ojos azules y la luz me molesta mucho, así que me gusta estar a oscuras porque, aunque se vea peor, es más agradable.

Pero el silencio roto por los latidos del reloj, y la quietud del salón me intranquilizaron.
Me dirigí, decidido, a la cocina.
No se veía nada, pero algo me dijo que no debía encender la luz. Como conozco de sobra mi cocina, cogí un vaso, lo llené de agua en el grifo y me lo bebí allí mismo. Lo dejé en la pila y me fuI a la cama, sin mirar atrás, sin detenerme.

Cuando llegué a mi habitación, el corazón me latía desbocado. Me sentía mal, y, para mayor intranquilidad, las tuberías comenzaron a hacer ruidos. Parecía que hablaban entre ellas con sus voces graves y penosas.
"Quizá me dejé el grifo de la cocina abierto"- pensé.

Me levanté de la cama, decidido a hacer las cosas rápido, y crucé la casa directo a la cocina. Todo era horrible, notaba que toda la casa se oponía a mí, como si no quisiera que llegase a la cocina. Notaba lo agradable que era la oscuridad, y, al pasar frente a la terraza, las luces de las farolas me resultaron incomodísimas.

Por desgracia, no me percaté de todas estas señales hasta que fue demasiado tarde.
Llegué rápidamente a la cocina, y, sin pensarlo, pulsé el interruptor de la luz. Supe que había cometido un error.
Los tubos fluorescentes del techo comenzaron a parpadear con ese horrible sonido que emiten, algo como trrrrumb trutrumb y en cada parpadeo, cada uno de los cuales duró apenas unas décimas de segundo, ví una cosa:

En el primer parpadeo, vi la pila llena de sardinas comidas, sólo quedaban las espinas y las cabezas con sus estúpidas miradas ausentes. Era raro, porque no habíamos cenado sardinas esa noche.

En el segundo parpadeo, vi gotas de sangre en el suelo, y moscas muertas alrededor.

En el tercer parpadeo, vi cristales rotos, el grifo doblado y una olla llena de dedos volcada sobre la repisa.

Y tras esta avalancha de horribles imágenes de décimas de duración, vi a un hombre ahorcado colgando de la lámpara de la cocina. Me miraba sonriendo y con los ojos muy abiertos. Demasiado abiertos.

Tras esta última imagen (la que menos duró de todas) las luces se apagaron solas.

Aterrorizado, no pude mover ni un músculo, pero entonces la luz volvió a encenderse y todo había vuelto a la normalidad... excepto que algo daba golpes en la pila.

Me acerqué, temblando por el miedo y vi una pequeña sardina luchando por salir del fregadero.

Corrí hasta mi habitación, cerré la puerta con llave y apagué todas las luces. Sólo tengo encendido el ordenador, para escribir esta historia y sólo puedo rezar porque no pase nada...

Oigo las moscas en el pasillo y algo como gusanos grandes arrastrarse por el suelo de la habitación, pero no quiero mirar. Creo que son dedos.

Ahora oigo pasos. Oigo la soga arrastrándose, un intento de respiración que se atraganta, unos dientes que rechinan. Y casi puedo ver esos ojos salidos de sus órbitas.

La puerta se está abrien......

No hay comentarios: