“Soy muy afortunado. Voy a morir y sé exactamente cuándo. Me han dado tiempo para poner mis asuntos en orden, oportunidad de la que muchos carecen. Piensen, por ejemplo, en mis víctimas”.
Gary Gilmore
Gary Gilmore nació el 4 de diciembre de 1940, en McCamey, Texas (Estados Unidos). Su padre, Frank Gilmore, tenía cuarenta y siete años, era bebedor y mujeriego, y se había casado seis o siete veces. En su juventud trabajó en un circo y como actor de comedia. Su padre, el abuelo de Gary Gilmore, era el artista Harold Weiss, mundialmente conocido como el mago Harry Houdini. Houdini nació en 1874 y, aunque comenzó a ser conocido como ilusionista, su verdadera fama provino de la espectacularidad y publicidad de sus proezas como “El Rey del Escapismo”. Una de sus especialidades consistía en escapar de jaulas en las que entraba esposado y salía utilizando una sabia combinación de herramientas ocultas y un extraordinario control muscular. Solía demostrar su poder ante la audiencia invitando al público a golpear los flexibles músculos de su estómago. Un día, un muchacho le pilló desprevenido: un golpe con un bate de baseball le produjo graves lesiones internas, de las que murió el 3 de octubre de 1926.
Harry Houdini, abuelo de Gary Gilmore
En la época en que Frank Gilmore conoció a Bessie, la madre de Gary, ya tenía cuarenta años y se dedicaba a viajar por el Oeste utilizando nombres falsos y vendiendo espacios publicitarios, muchos de ellos en revistas inexistentes. Constantemente lo detenían y pasaba cortas temporadas en prisión. Bessie Gilmore, casi veinte años más joven que él, era una de las diez hijas de un granjero mormón de Provo, Utah. Conoció a su marido en uno de los viajes que éste hizo a Salt Lake City. Bessie tuvo cuatro hijos, todos varones.
Gary Gilmore con su madre Bessie, cuando era un bebé
Gary Gilmore pasó gran parte de su infancia viajando de hotel en hotel por las pequeñas ciudades del Oeste. Cuando tenía nueve años, la familia se estableció en Portland, Oregón, ciudad en la que su padre comenzó a realizar negocios legales. El joven adoraba a su madre. Frank, su padre, era una persona distante y reservada. La única lección que enseñó a su hijo fue la de que nunca debería admitir nada ante un policía. Ese fue el inicio de los problemas de Gary con las figuras de autoridad. Gilmore fue un niño solitario. Aunque ante los adultos se mostrara silencioso y educado, era malintencionado e intransigente. Al menos, así lo creyeron las monjas del colegio Nuestra Señora del Dolor, quienes le pegaron y castigaron en más de una ocasión.
Gary Gilmore cuando era niño
Su vida criminal comenzó cuando tenía diez años. Al repartir el periódico entraba en las casas de la vecindad en busca de dinero y armas. Así, poco a poco, nació su ambición de ser miembro de una banda para poder intimidar a la gente. Esperaba que los delincuentes adultos le aceptaran entre ellos si les proporcionaba alguna que otra pistola. A los catorce años lo detuvieron en un coche robado y lo enviaron al colegio McLaren, una correccional de Woodburn, Oregón, en el que nada más ingresar dos de sus compañeros lo violaron. Durante la época que pasó en Woodburn recibió una completa educación criminal y quince meses después, cuando salió de allí, se había convertido en un delincuente juvenil. A los cuatro meses fue arrestado de nuevo. Su destino estaba tras las rejas. A lo largo de su vida, el mayor período que pasó fuera de prisión fue de ocho meses.
Correccional McLaren
En 1962 le sentenciaron a quince años en la penitenciaría estatal por atracar una tienda. En poco tiempo se convirtió en un convicto duro con un código personal muy peligroso. La violencia era el cáncer de las cárceles estadounidenses y Gilmore no se libró de él, a pesar de que su pretensión de haber asesinado a un negro asestándole cincuenta y siete puñaladas fuera sólo una bravuconada. Se enfrentaba constantemente con las autoridades de la prisión, por lo que le castigaban con palizas y fuertes dosis de drogas antipsicóticas, como el Prolixin. El Prolixin, un poderoso sedante, fue muy utilizado en las prisiones estadounidenses durante los años sesenta y setenta para controlar a los presos violentos y como castigo. Su uso se vio particularmente favorecido por el hecho de que sus efectos son muy duraderos. Dos dosis de 50 mg. por semana son suficientes para convertir al paciente más violento en una persona sumamente dócil. Sus efectos secundarios, hinchazón de pies y manos, malestar físico y dificultad para andar y hablar, también tardan mucho tiempo en desaparecer.
El joven Gilmore
En 1969, suministraron a Gilmore grandes dosis de Prolixin, dos veces por semana, durante los cuatro meses que siguieron a un escandaloso motín. Perdió veintitrés kilos y quedó físicamente incapacitado, hasta el extremo de no poder cuidar de sí mismo. Mucha gente se dio cuenta de que su personalidad se iba deteriorando como resultado directo del tratamiento. Pasó además largos períodos de incomunicación en celdas de castigo. Una vez estuvo dieciocho meses en una de ellas. Algunas veces sus períodos de soledad eran voluntarios. Buscaba la paz y el silencio. Sus oídos eran muy sensibles y el ruido constante de la prisión (el crujir de las puertas de las celdas, el murmullo de la televisión y las conversaciones a gritos entre los presos) se le hacía insoportable.
Gary Gilmore con su madre, Bessie
Su padre murió en 1961 y su madre se fue endeudando cada vez más. Trabajó como camarera para mantener a su familia, pero sus peticiones de asistencia económica a la iglesia mormona fueron ignoradas y tuvo que vender todo para mudarse a vivir a una casita. Mientras tanto, su hijo se convertía en un experto en las reglas de la prisión. Durante los motines de 1968 hizo de portavoz de otros convictos, habló con la prensa y apareció por televisión. Se sentía muy orgulloso de su coeficiente intelectual, cerca de ciento treinta, lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta que su carrera criminal impidió que pudiera recibir una educación normal. Se había convertido en un autodidacta. En 1972 encontró plaza en una escuela de arte en Eugene, Oregón. Desde pequeño demostró tener un talento especial para el arte. Sin embargo, nunca fue a clase. Unos meses después lo detuvieron por asalto a mano armada en una tienda. El robo sólo le reportó unos cuantos dólares y tuvo que cumplir una sentencia de nueve años en prisión por ello.
Brenda Nichol perdió el contacto con su primo Gary Gilmore cuando su familia se marchó de Utah. No le había visto desde hacía treinta años. Empezó a escribirle en 1974, poco después de que lo trasladaran desde la Prisión Estatal de Oregón a la Penitenciaría Federal de Marion, Illinois. Gilmore ilustraba sus cartas con sus propios dibujos, lo cual hacía que fueran más tristes y muy elocuentes. En una de ellas le pidió a Brenda que le ayudara a conseguir la libertad condicional. Cuando ella accedió, él le escribió lo siguiente: “Un lugar donde vivir y un trabajo garantizado no significan nada, sin embargo, el hecho de que alguien se preocupe por mí es mucho más importante para la oficina de libertad condicional. Hasta ahora, siempre he estado más o menos solo”.
Brenda Nichol, la prima de Gilmore
El 9 de abril de 1976, recién puesto en libertad, se propuso coger un autobús desde Illinois hasta Utah, pero cuando llegó a San Luis cambió su billete por dinero y decidió hacer el resto del trayecto en avión. Brenda y su marido, Johnny, fueron a recogerle al aeropuerto a las 02:00 horas. Llevaba un pequeño envoltorio que contenía, entre otras cosas, todos sus dibujos y escritos, y vestía de forma estrafalaria y un tanto pasada de moda. Además, se había emborrachado un poco en el avión. Acordaron que se quedaría de lunes a viernes en casa de los padres de su prima, Vern e Ida Damico, en el pueblo de Provo, cien kilómetros al sur de Salt Lake City. Los fines de semana podría visitar a Brenda y a Johnny en Orem. Su tía estaba encantada con la idea de tenerle con ella, ya que su madre era su hermana favorita.
El Estado de Utah (click en la imagen para ampliar)
Para acelerar los trámites de su libertad condicional, Vern le proporcionó trabajo en su tienda de reparación de calzado. Gary se hizo muy amigo de Sterling Baker, otro ayudante de la tienda, y comenzaron a salir juntos a beber cervezas y fumar marihuana. Como siempre, se entendía mejor con la gente joven. Sus tíos, mientras tanto, ponían gran empeño en fomentar su vida social concertándole citas con mujeres de su edad, pero sus modales de presidiario y su falta de roce social las hacía huir rápidamente. Tenía el mismo problema cuando salía en busca de muchachas más jóvenes con el primo de Sterling, un chico de veintitrés años llamado Rikki Baker. A principios de mayo, Brenda le presentó a Spencer McGrath, quien le dio trabajo en su fábrica de aislamientos a catorce kilómetros de la ciudad. Gilmore hacía autoestop o caminaba hasta allí a diario, con cualquier tipo de clima. Su jefe, profundamente impresionado, le presentó a Van Conlin, un comerciante de coches usados que le vendió a plazos un Mustang blanco de diez años. El automóvil le proporcionó un nuevo tipo de libertad.
Spencer McGrath (click en la imagen para ampliar)
El jueves, 13 de mayo, estaba en casa de Sterling cuando la hermana de Rikki, Nicole, apareció con sus dos hijos y una amiga. “Vaya, yo te conozco”, dijo Gilmore. “Sí, puede ser”, respondió ella sonriendo. Era una mujer muy hermosa. Poco después, mientras iban a una tienda juntos, se dieron cuenta de que el Mustang azul de la joven era del mismo año que el de Gary, hecho que interpretaron como un presagio de que estaban destinados el uno para el otro. Nicole llevó a su amiga a su casa y volvió para estar con Gilmore. Hablaron de la reencarnación, de si se conocían ya de alguna vida anterior, conversación que Gary interrumpió, al excusarse explicando que llevaba todo el día bebiendo y tomando Fiorinal, un fármaco sedante que tomaba contra el dolor de cabeza. Siempre parecía tener una fuerte jaqueca. Al día siguiente, cuando ella volvió de trabajar, él estaba esperándola en su casa, en Spanish Fork, una población a quince kilómetros al sur de Provo. Una semana más tarde se había ido a vivir con ella y poco después la joven dejaba su trabajo.
Nicole Baker
Uno de los problemas que más los perjudicaba era la costumbre que Gilmore tenía de robar en las tiendas. Aunque, al principio, lo único que a ella le preocupaba era la temeridad e imprudencia con que lo hacía. El alardeaba de su técnica, que en realidad no consistía sino en entrar, coger lo apetecido, normalmente unas cervezas, y volver a salir de la tienda plenamente orgulloso del botín conseguido gratuitamente y de la apariencia amenazadora que era capaz de fingir para salir airoso sin problemas. Cuando se sentía deprimido o había discutido con Nicole, salía a robar algo para animarse. Una vez regresó a casa con un par de esquís acuáticos valorados en cien dólares, hecho que convertía el hurto en delito mayor que, con sus antecedentes, le habría supuesto una larga condena en la cárcel. Sin embargo, los esquís resultaron ser prácticamente invendibles. Había arriesgado su vida y su relación con Nicole sin obtener nada a cambio.
Nicole con su bebé
Un día de junio volvió a casa con nueve pistolas que había robado en una tienda de Spanish Fork. Regaló algunas, pero guardó en casa el resto, hasta que un día le dijo a su compañera que había encontrado un comprador para las armas y que tenía que acompañarle al lugar en que se efectuaría la supuesta transacción para servirle de tapadera. Si la policía le detenía con un arma significaría terminar de cumplir el resto de su sentencia en prisión por violación de la libertad condicional; sin embargo, jamás sospecharían de un sujeto que pasea en coche con una mujer y unos niños. Gary llevó el coche de Nicole por parecerle más serio y digno de confianza que el suyo.
El arma de Gary Gilmore
El comprador no apareció y él se puso tan furioso que regresó conduciendo como un loco. Los niños gritaron asustados hasta que, completamente histérico, comenzó a pegarles. Ella reaccionó rápidamente e intentó impedir que les levantara la mano, pero, antes de darse cuenta, estaban luchando entre ellos. La joven, en plena pelea, consiguió sacar a sus hijos del coche y se puso a caminar por la autopista hasta que, afortunadamente, unos amigos suyos la vieron, pararon y se los llevaron de allí sin perder un minuto. Frustrado por su fracaso, Gary Gilmore se dirigió a una tienda de la zona e intentó robar un magnetófono, pero le sorprendieron y tuvo que huir precipitadamente. Dejó el coche aparcado junto a un bar cercano, escondió las pistolas y se deshizo de las llaves. Cuando llegó la policía confiscó el Mustang y tuvo que llamar a un amigo para que fuera a recogerle.
La casa de Gary y Nicole
Al día siguiente, después del trabajo, fue a ver a Nicole a casa de su madre llevando consigo cigarrillos, una rosa, una carta y muy buenas intenciones. Ella no pudo resistirse y volvió a su casa con él. Fue entonces cuando Brenda, el oficial encargado de su libertad condicional, y su propia compañera, le convencieron para que fuera a la policía, con lo que, por lo menos, recuperaría el coche. Tras declararse culpable de un cargo menor, se le notificó que tendría que volver al juzgado el 24 de julio para escuchar la sentencia. Por aquel entonces, Nicole empezó a salir con otros conocidos. Cuanto más irritable y celoso se ponía Gary, menos le gustaba estar con él. Además, su costumbre de beber en exceso y de tomar drogas impedían que se comportara normalmente. Un día, ella le levantó la voz y él la golpeó.
Retrato de Nicole hecho por Gary Gilmore
Día a día, las discusiones fueron siendo más frecuentes y cada vez más violentas hasta que el 13 de julio, Gary la echó de su propia casa. Cuando al día siguiente fue a buscarla, como siempre, a casa de su madre, se sorprendió mucho de no encontrarla allí. Nicole se ocultaba en un apartamento alquilado por Jim Barret, su ex marido. Mientras Gilmore trabajaba, su compañera se llevó todos los muebles. Esto le enloqueció de tal manera que comenzó a obsesionarse con la idea de encontrarla. Unos días después aparcó el coche cerca de la casa y aguardó escondido con la esperanza de verla. Ella regresó para recoger la aspiradora que Gary le había regalado con una de sus primeras pagas. Entonces, apareció él. Ella le explicó que no podía seguir viviendo con él y, acto seguido, intentó huir en el coche, pero él se agarró con fuerza a la puerta y consiguió detenerla. Nicole sacó su pistola, una Derringer que él le había regalado, con la intención de asustarle. Sin embargo, él la desafió mirándola fijamente a los ojos y la animó a disparar. Ella, confusa y aterrada, se limitó a dar marcha atrás y se fue de allí a toda prisa. Aquella misma noche, cuando Gary charlaba con Brenda, le dijo que iba a matar a su compañera.
Al día siguiente, 19 de julio, fue a ver a Van Conlin para convencerlo de que se quedara con el Mustang y le vendiera una camioneta blanca que valía mil setecientos dólares. Van exigía que alguien le avalara el crédito, pero como Gary no logró convencer a nadie de que el riesgo valía la pena, se mostró benevolente y accedió a que se la llevara a cambio del coche y de dos pagos posteriores: uno de cuatrocientos dólares para el 21 de julio y otro de seiscientos para el 4 de agosto. Poco después de la puesta de sol fue a visitar a la madre de Nicole. Ella se apresuró a decir que desconocía el paradero de su hija, pero, esta vez, él no iba buscando a la joven, sino la pistola que le había regalado. La señora Baker nunca quiso tener el arma cerca, pero se la quedó, conmovida por la insistencia de Gary. Ahora, en cambio, él actuaba de forma tan extraña que se negó a devolvérsela. No estaba borracho, o al menos no se le notaba, pero era evidente que estaba muy tenso y terriblemente enfadado. Cuando él le aseguró que no se metería en líos con la pistola, se dio cuenta de que no tenía sentido resistirse por más tiempo. Le entregó el arma e intentó razonar con él.
La casa de la madre de Nichole
Mientras hablaban, April, la hermana de Nicole, salió de la casa. Gary se ofreció a llevarla al supermercado K-Mart y la señora Barker se negó rotundamente, pero antes de que se diera cuenta, su hija de dieciocho años se marchaba con él. No fueron a la tienda, se limitaron a dar un paseo en coche mientras charlaban amistosamente. La conversación de la muchacha carecía de sentido. Mezclaba fantasías paranoicas y alucinaciones con la trivialidad de las inquietudes cotidianas. De repente, le dijo que necesitaba algunas cosas de la farmacia. Gary entró en el establecimiento y cogió lo que necesitaba sin que nadie se diera cuenta. Cuando regresó con el botín, April le contó que quería pasar la noche fuera y él estuvo de acuerdo. Después llamaron a un compañero de trabajo de Gilmore para recuperar otra de las pistolas robadas, una Browning automática. Una vez hecho esto, siguieron paseando, esta vez buscando a Nicole. Estaba convencido de que su hermana sabría dónde encontrarla. Pero no fue así. Alrededor de las diez de la noche aparcó el coche en una calle poco transitada y le dijo a April que iba a llamar por teléfono. La dejó escuchando la radio, dobló la esquina y se dirigió hacia la gasolinera Sinclair, en North Street.
La gasolinera Sinclair
La única persona que había por allí era Max Jensen, el empleado de la gasolinera. Gilmore se dirigió hacia él empuñando, a escondidas, su pistola Browning automática. Cuando se acercó lo suficiente, sacó el arma y, apuntándole a la altura del hombro, ordenó al sorprendido Jensen que entrara en la oficina. Una vez allí, le quitó el dinero que llevaba encima, unos ciento veinticinco dólares. El joven no se resistió. Después lo llevó al sanitario que había en la parte trasera y lo obligó a tumbarse en el suelo con las manos bajo el cuerpo. Se sentó encima de él, se inclinó hacia adelante y puso la pistola en la nuca del muchacho. Después, sin razón alguna, apretó dos veces el gatillo mientras decía: “Esta es por mí” y “Esta es por Nicole”.
Max Jensen (click en la imagen para ampliar)
Gary Gilmore se colocó la pistola en el cinturón y volvió a la camioneta. Llevó a April a un autocinema para tener una coartada y poder cambiarse la ropa manchada de sangre. La película que proyectaban aquella noche era Atrapado sin salida. Para Garyl tenía un significado muy especial porque había pasado una temporada en la institución en la que fue rodada. Para April, que tenía pésimos recuerdos de las instituciones psiquiátricas, la impresión fue demasiado fuerte y, cuando no pudo más, le pidió que se fueran. Gilmore condujo en silencio hasta la casa de Brenda. Su prima se dio cuenta, por su humor, que tenía problemas y encontró a April un tanto extraña. Se comportaba incoherentemente y no era fácil hablar con ella, así que no los animó a que se quedaran.
Pasearon durante un rato sin propósito fijo y se quedaron sin gasolina en los alrededores de Provo. Dejó a la joven en la camioneta, escondió la pistola en la cuneta y empezó a caminar hasta que encontró, en una tienda, a una pareja que accedió a llevarle hasta una gasolinera a cambio de cinco dólares. Cuando regresaron, uno de los muchachos llenó el depósito con una lata e intentó hacer un poco de conversación con April. Mientras lo hacía, vio cómo Gilmore recogía el arma de entre los arbustos, la cargaba y la metía después bajo el asiento del conductor. Cuando estuvieron solos, él dijo que estaba harto de dar vueltas. Se registró con su propio nombre en el Holiday Inn y ocuparon una habitación con dos camas. Fumaron un poco de marihuana, pero April seguía con la desagradable sensación paranoica que la película había despertado en ella. Estaba convencida de que el FBI los estaba vigilando, que alguien veía lo que hacían a través de la pantalla del televisor.
April Baker (click en la imagen para ampliar)
Estuvieron bromeando un rato antes de que Gary intentara seducirla. Ella primero lo rechazó por lealtad hacia su hermana y porque creía que, por muchos problemas que tuvieran, estaban hechos el uno para el otro. Sin embargo, terminó cediendo, y Gary y su cuñada hicieron el amor dos veces aquella noche. A las siete de la mañana la llevó a su casa. Kathryne Baker había salido, así que simplemente la dejó allí y se marchó a trabajar. Sus compañeros notaron que estaba un poco nervioso pero no les pareció extraño porque estaba así desde que terminó con Nicole. Spencer McGrath le dio la tarde libre para que buscara un apartamento.
Los titulares sobre el crimen de la gasolinera
Gary llamó a Conlin e intentó venderle los esquís acuáticos robados, pero éste rechazó la oferta y aprovechó la ocasión para recordarle que si no le pagaba al día siguiente los cuatrocientos dólares que le debía, tendría que volver a ir caminando a la fábrica. Mientras tanto, el asesinato del joven Jensen se había convertido en una noticia de grandes titulares. Conlin estaba exasperado por el suceso. No podía comprender cómo un atracador podía matar a sangre fría a quien le había entregado todo su dinero. Gilmore, que estaba bebiendo una cerveza durante la conversación, comentó al respecto: “Bueno, quizá merecía que le asesinaran”. Más tarde fue a hacer su visita semanal al oficial encargado de supervisar su libertad condicional. Le habló de lo importante que era para él que volviera Nicole y le dijo que sabía que para conseguirlo tenía que empezar por dejar de beber. Después, volvió a Provo y deambuló por las calles buscándola como loco.
Nicole, por su parte, pasó el día con Roger Eaton, un joven de aspecto impecable y, por aquel entonces, respetablemente casado. Había estado mucho tiempo observándola discretamente, aprovechando que unos amigos suyos vivían cerca de ella en Spanish Fork, totalmente fascinado por su estilo de vida libre y sin problemas, antes de reunir el valor suficiente para pedirle una cita y confesarle que quería tener una aventura amorosa con ella. Ese mismo día, el 20 de julio, fue el primero que pasaron juntos. También fue la última vez que se vieron. Cuando Eaton le habló sobre el crimen de la gasolinera, ella supo, con toda seguridad, que había sido Gary Gilmore quien lo había cometido y así se lo dijo. También le contó que el domingo anterior se había visto obligada a amenazar a su compañero con una pistola. El joven se dio cuenta de que estaba involucrado en una situación delicada y muy peligrosa y, atemorizado por la naturaleza violenta de Gilmore, decidió poner fin a su aventura con Nicole y ella se fue a pasar la noche a casa de su madre.
Caricatura de Gilmore
Esa misma tarde, Gary Gilmore acudió al garaje donde trabajaba su amigo Martin Ontiveros e intentó que el dueño, Fulmer (el tío de Martin), le prestara los cuatrocientos dólares que necesitaba. Pero, como allí no tenían esa cantidad en efectivo, tuvo que seguir buscando. La camioneta empezó a darle problemas, no arrancaba bien y el motor se calentaba. Se la dejó a Norman Fulmer, quien se ofreció a cambiar el termostato en tan sólo veinte minutos, y le dijo que, mientras tanto, iría a visitar a su tío Vern, quien vivía cerca de allí.
Vern Damico (click en la imagen para ampliar)
Benny Bushnell estaba en la oficina del motel City Center, cerca de la casa de Vern Damico, viendo por televisión la final olímpica de halterofilia. Su esposa, que estaba en las habitaciones de la parte trasera, oyó voces y un ruido que interpretó como el estallido de un globo. Cuando se asomó a comprobar qué sucedía, vio a un hombre alto salir de la oficina. Después, se dirigió a donde estaba su marido mientras el desconocido daba la vuelta y caminaba hacia ella. Había algo en él que la asustó, así que permaneció quieta y en silencio durante unos segundos. Poco después, observó por la ventana cómo se alejaba y fue entonces, al darse la vuelta, cuando vio a su marido. Estaba tumbado boca abajo en el suelo, cerca del mostrador. Sufría convulsiones en todo el cuerpo y la sangre salía a borbotones de una herida en la cabeza. Intentó cortar la hemorragia mientras trataba de conseguir ayuda por teléfono. En ese momento apareció el individuo diciendo que había visto salir de allí a un hombre armado. Se hizo cargo del teléfono pero, como no pudo encontrar una ambulancia, llamó a la policía.
El motel City Center
El individuo en cuestión era Peter Arroyo. Acababa de volver con su familia de un restaurante cercano. Al llegar, echó un vistazo a la oficina y vio a un tipo salir de detrás del mostrador con una caja de dinero en una mano y una pistola en la otra. Rápidamente, se llevó de allí a su familia para ponerla a salvo. Cuando regresó, vio salir andando al intruso y se decidió a entrar en la oficina. Allí encontró al gerente del motel desangrándose y a su mujer desesperada, luchando por ayudarle. El asesino se marchó caminando lentamente, reprimiendo las ganas de salir corriendo; se guardó el dinero robado en un bolsillo, unos ciento veinticinco dólares, y tiró la caja que lo contenía en unos arbustos. Sabía que tenía que deshacerse de la pistola. La cogió por el cañón con su mano izquierda y la escondió en lo más profundo de un seto que había en la cuneta pero, cuando ya iba a soltarla, una rama se metió en el gatillo y la pistola se disparó agujereándole la membrana que separa el dedo índice del pulgar. Volvió al taller de reparaciones y entró directamente en el cuarto de baño, dejando tras de sí un rastro de sangre. Mientras tanto, Martin y Fulmer oyeron un comunicado, sobre el asesinato del motel, sintonizando la frecuencia de la policía, que oían para entretenerse de vez en cuando en lugar de las emisoras comerciales normales. Al escuchar lo sucedido cruzaron una mirada.
Benny Bushnell (click en la imagen para ampliar)
Gilmore salió del sanitario con unas toallas de papel enrolladas en la mano herida. Martin no había acabado de componer la avería de la camioneta, pero le dijo que ya estaba arreglada. Gilmore se marchó de allí a toda prisa, conduciendo de forma un tanto insegura, y al dar marcha atrás para salir chocó contra un buzón. Fulmer esperó hasta perder de vista el vehículo y llamó a la policía para contarles lo del rastro de sangre y darles una descripción completa del herido y la camioneta. La descripción encajaba perfectamente con la de Peter Arroyo. A partir de ese momento, todas las patrullas de la ciudad se pusieron a buscar una camioneta de color blanco. Los tíos del sospechoso, Vern e Ida, estuvieron viendo la televisión hasta que oyeron las sirenas, primero las de la policía y algo más tarde las de las ambulancias. Martin Ontiveros fue quien les comunicó que su sobrino era el presunto asesino. Ida llamó inmediatamente a Brenda para contarle lo sucedido y cuando terminó añadió: “Recurrirá a ti, como hace siempre”. La joven llamó a la policía para preguntar si Toby Bath, un agente del vecindario, podía ir a su casa para protegerla. Poco después de que éste llegara, Gilmore llamó por teléfono para hablar con Johnny, el marido de Brenda. Le contó que le habían disparado cuando intentaba impedir un atraco y le pidió ayuda. No podía ir a un hospital porque allí “no le creerían a un ex convicto con una herida de bala”. Llamaba desde la casa de Craig Taylor, a quien le había pedido que lo llevara al aeropuerto, pero éste se negó, así que le pidió permiso para llamar a su prima. Su amigo le pasó el auricular por la ventana porque no quería molestar a su mujer. Brenda tomó nota de la dirección y le dijo que Johnny acudiría en su ayuda con vendas y calmantes. Acto seguido llamó a la policía para advertirles de que Taylor tenía mujer e hijos y podían estar en peligro. Decidieron rodear la casa y esperar, en lugar de arrestarle allí mismo y correr el riesgo de desencadenar un tiroteo.
Al ver que Johnny no aparecía, Gilmore y Craig se turnaron para llamar a casa de Brenda por si había novedades. Ella hizo todo lo posible por ganar tiempo y retenerle allí. Entre llamada y llamada se sentaban en el porche y charlaban. Después de media hora, el herido se cansó de esperar y se marchó conduciendo muy despacio por una carretera comarcal. Los coches de policía le siguieron de cerca pero no actuaron hasta estar suficientemente alejados de la ciudad. Tres de los vehículos le adelantaron y bloquearon la carretera mientras encendían luces y sirenas. El teniente Peacock, que estaba a cargo de la operación, ordenó al conductor que detuviera la camioneta y saliera con las manos en alto. Gilmore dudó por unos instantes, pero finalmente obedeció. Los agentes pudieron ver su indecisión por segunda vez cuando le dijeron que se colocara delante de los faros con las manos bien altas. Se tumbó boca abajo en el asfalto, aceptando la derrota, mientras la camioneta, sin el freno de mano puesto, rodaba despacio hacia una zanja.
El arresto de Gary Gilmore
El sospechoso se dirigía hacia casa de Kathryne Baker cuando lo detuvieron. Nicole estaba dormida en el salón en el momento en que la policía dio el alto al conductor de la camioneta blanca. Cuando despertó pudo ver a su compañero tumbado en el suelo y a un montón de agentes apuntándole con sus armas. Gilmore asintió para demostrar que había comprendido cuando uno de ellos le leyó sus derechos. Primero lo llevaron al hospital, donde le vendaron el antebrazo y la mano herida. No llegó a la comisaría hasta las 04:00 horas. Estuvo de acuerdo en hablar con el teniente Gerard Nielsen, quien había investigado la reciente tentativa del robo del magnetófono, y comenzó contándole la misma historia que a Brenda. Afirmaba que lo habían herido al intentar impedir el robo del motel. Después, se quejó del dolor que sentía en la mano y dijo que quería ver a Nicole. Nielsen intentaría ayudarle. Más tarde, el detenido, completamente agotado, hizo algo que jamás había hecho antes: admitir algo en presencia de un policía. Reconoció ante el teniente que había llevado a cabo los dos asesinatos y, aunque sus instintos de criminal convicto no le habían abandonado aún, terminó firmando una confesión. Cuando habló con su prima por teléfono, ella le explicó por qué lo había entregado a la policía: “Cometiste un asesinato el lunes y otro el martes. No iba a esperar a ver si cometías otro el miércoles”.
Gilmore durante su detención
El 23 de julio, Nielsen llevó a Nicole a ver a Gilmore. Estaba tan emocionado que no perdió el tiempo en hacer reproches. Ella nunca le había visto tan relajado. La abstinencia forzosa de cerveza y de Fiorinal le dejó la cabeza despejada y los ojos limpios. El encuentro despertó en ella antiguos sentimientos. Hubo una vista preliminar el 3 de agosto. Craig Snyder, un abogado de oficio, se hizo cargo del caso y solicitó la ayuda de otro compañero, Mike Esplin. Durante la vista, Snyder propuso un pacto. Su cliente admitiría el homicidio en primer grado a cambio de una sentencia de cadena perpetua. El fiscal del Distrito, Noah Wootton, rechazó la oferta. Había revisado el historial penitenciario del acusado y, en vista de los numerosos episodios violentos, sus intentos de fuga y la naturaleza especialmente cruel de los asesinatos, decidió solicitar la pena de muerte.
El fiscal Noah Wootton
Mientras esperaba el comienzo del juicio en la cárcel del condado, Gilmore parecía más preocupado por ver a Nicole que por su difícil situación y su futuro inmediato. Cuando las autoridades de la prisión la eliminaron de la lista de visitantes autorizados por no pertenecer a la familia, él se negó a cooperar en todos los sentidos hasta que la volvieran a inscribir. Gilmore y Nicole se escribían a diario e incluso varias veces al día. Ella, sin embargo, seguía teniendo amoríos ocasionales. Reunió el valor suficiente y le habló de ellos en una carta, pero, poco después, recibió otra en respuesta en la que su compañero, angustiado y muy afectado, le explicaba que cuando la imaginaba junto a otro hombre sentía deseos de matar a alguien.
Homicidio en Primer Grado (click en la imagen para ampliar)
El juicio por el asesinato de Benny Bushnell comenzó el 5 de octubre en el Palacio de Justicia del condado de Provo; presidía la sala el juez Robert Bullock. El primer día se tomó juramento a los miembros del jurado. El segundo, la acusación presentó el caso con argumentos irrefutables. El casquillo que se encontró junto al cuerpo de la víctima provenía de la Browning escondida entre los arbustos. Además, el rastro de sangre que partía de allí y llegaba hasta el garaje era, sin duda, del acusado. El doctor Morrison, quien llevó a cabo la autopsia, testificó que no había quemaduras de pólvora en la cabeza de Bushnell, lo cual significaba que el cañón de la pistola estaba en contacto con la misma cuando se efectuó el disparo. Fue una ejecución a sangre fría, un homicidio en primer grado.
El juez Robert Bullock
El abogado Esplin interrumpía el caso siempre que podía, introduciendo pequeñas puntualizaciones. Los dos abogados sabían que su única oportunidad consistía en plantar la semilla de la duda en la mente de los miembros del jurado y tratar de abonar el terreno para una futura apelación. La defensa no llamó a declarar a ningún testigo, lo cual, aparentemente, sorprendió bastante a Gilmore. En realidad no esperaba mucho de sus representantes legales: al fin y al cabo, cobraban sus honorarios del Tribunal que le estaba procesando, pero tenía la esperanza de que, al menos, intentarían reducir el cargo inicial al de homicidio en segundo grado.
El Palacio de Justicia de Utah
Al comenzar el tercer día, el acusado dijo que quería subir al estrado y declarar en su propia defensa, pero cambió de opinión cuando sus abogados le advirtieron de que corría un gran riesgo. Se resignó ante el hecho de que la defensa no tenía realmente nada en qué basarse. Wootton hizo una recapitulación final muy rápida y se limitó a volver a exponer los detalles del caso. Esplin, en respuesta, hizo hincapié en uno o dos pequeños errores cometidos por el fiscal durante su discurso. Sugirió que el sensible gatillo de la Browning se había disparado accidentalmente. El jurado se retiró a deliberar a las 10:13 horas y volvió, ochenta minutos más tarde, con un veredicto de culpabilidad.
La Prisión Estatal
A las 13:30 horas comenzó la vista para decidir la sentencia. Los defensores se negaron a permitir que Gilmore subiera al estrado. Su madre Bessie no puedo acudir al juicio, pues era ya muy anciana y estaba muy débil como para hacer el viaje hasta allí. El abogado Snyder reservaba sus objeciones más enérgicas para el testimonio del detective Rex Skinner, de Orem, acerca del asesinato de Jensen.
La defensa llamó al estrado a John Wood, psiquiatra, quien expuso su opinión de que Gilmore era un psicópata, pero se vio obligado a admitir, a instancias de Wootton, que estaba legalmente cuerdo. Finalmente, el propio acusado fue el segundo y último testigo de descargo. Su abogado tenía la esperanza de que el jurado se sintiera menos inclinado a sentenciar a muerte a alguien si le conocían mejor. Testificó con voz serena e insensible y no parecía en absoluto afectado por el más mínimo remordimiento.
Colleen Jensen, Scott Ostergaard y Debbie Bushnell, durante el juicio de Gilmore
Durante el severo interrogatorio al que se vio sometido, se hizo evidente otra faceta de su personalidad. Se mostró hostil y huraño, respondió con monosílabos y se negó a discutir el “asunto personal” que supuestamente había provocado su ira asesina. De hecho, su relación con Nicole sólo se mencionó indirectamente durante el juicio. La recapitulación del fiscal Wootton se centró en las condenas anteriores del acusado y en su tremendo historial de violencia en prisión. No pidió la pena de muerte para disuadir a otros criminales, sino por el mero hecho de que Gilmore, en su opinión, era demasiado peligroso para dejarlo vivir. Cuando le preguntaron si quería dirigirse al jurado, la última oportunidad de demostrar arrepentimiento o pedir clemencia, su única respuesta fue: “Bueno, me alegro de que por fin el Jurado me preste atención”. Después le dijeron que escogiera cómo quería morir. Gracias a una norma especial del Estado de Utah, tuvo la ocasión de elegir entre la horca o un pelotón de fusilamiento. El condenado se decidió por la última opción y el juez fijó la fecha de la ejecución para el 15 de noviembre de 1976.
El sistema legal estadounidense posibilita gran cantidad de apelaciones a las máximas autoridades: a un Estado en concreto, a los Juzgados de Distrito y, por último, a la Corte Suprema de los Estados Unidos. Se puede recorrer el mismo camino varias veces basándose en pruebas y leyes diferentes en cada ocasión. El tiempo que transcurre desde el final de un juicio hasta el cumplimiento de la sentencia puede extenderse varios años. Los criminales sentenciados a muerte se mantienen aparte, alejados de los otros reclusos, en una zona de la prisión especialmente reservada para ellos, conocida coloquialmente como “El Pabellón de los Condenados” o “El Pasillo de la Muerte”. Estos presos sólo salen de allí para ser ejecutados o si se les conmuta la pena, en cuyo caso cumplen condena perpetua en prisiones de máxima seguridad.
El Pasillo de la Muerte
“El Pasillo de la Muerte" consiste, normalmente, en un corredor sin ventanas con celdas pequeñas, nunca mayores de 3 por 2.5 metros, dispuestas en dos hileras, una enfrente de la otra. Los presos están vigilados las veinticuatro horas del día para evitar que escapen del verdugo suicidándose. Las luces nunca se apagan. Los presos no pueden salir al patio como el resto de sus compañeros. El único ejercicio que les permiten hacer consiste en pasear, por turnos, durante media hora diaria, a lo largo del angosto pasillo. También es esta su única oportunidad de charlar con otros condenados, ya que normalmente sólo pueden conversar a gritos desde sus celdas. Las comidas se sirven siempre a través de los barrotes. En este lugar, las privaciones de la prisión son particularmente rigurosas.
Gary Gilmore, a pesar de los años de práctica, nunca pudo acostumbrarse a estar allí. En una ocasión comentó: “Odio la rutina, odio el ruido, odio a los guardias y odio la desesperación que me hacen sentir”. Era extremadamente sensible a! ruido. Tenía un oído tan perceptivo que los continuos sonidos metálicos y el resonar del murmullo de voces le resultaban insoportables. Una vez, colocó una toalla en los barrotes de su celda para que la luz no le diera directamente en los ojos mientras intentaba dormir y los guardias lo amenazaron con castigarle quitándole el colchón. El temor a la muerte era bastante más llevadero que la idea de pasar toda la vida en la cárcel. En una de sus entrevistas con el capellán de la prisión, una de las pocas personas que podían entrar libremente, dijo: “He estado entre rejas dieciocho años de mi vida y no estoy dispuesto a pasarme aquí otros veinte. Prefiero morir a seguir en este agujero”.
La moratoria del Tribunal Supremo sobre las ejecuciones redujo la población de “El Pasillo de la Muerte” a unas 450 personas. Sin embargo, con la creciente aceptación de la pena capital en los Estados Unidos, esto comenzó a cambiar. Para 1985 había ya 2100 presos en el citado lugar. Desde entonces, cada año se suman a esta cantidad cuatrocientos condenados más.
Lo llevaron a la Penitenciaría Estatal de Utah y allí declaró que no quería recurrir al uso de las tácticas de aplazamiento implícitas en el sistema legal estadounidense. Al principio nadie le tomó demasiado en serio. Esplin y Snyder apelaron su sentencia y se fijó la vista para el 1 de noviembre. Mientras le explicaban su delicada situación (los dos abogados estaban seguros de poder conseguir una revisión del caso), Gilmore sólo pensaba en una cosa y tan sólo preguntó: “¿Puedo despedirlos?” Durante la vista de apelación retiró la propuesta de un nuevo juicio y, por primera vez, hizo públicas sus opiniones: “Me han sentenciado a morir. A menos que todo haya sido una broma pesada o algo así, quiero llegar hasta el final y acabar de una vez”. Sin embargo, sus abogados no le hicieron caso, siguieron adelante y presentaron una apelación ante la Corte Suprema de Utah, pensando que era su deber. El 3 de noviembre, Gary Gilmore los despidió.
Abogados de Oficio (click en la imagen para ampliar)
Dos grupos de presión nacional anunciaron su intención de luchar en contra de la ejecución. La ACLU (Asociación para la Defensa de las Libertades Civiles Estadounidenses) se oponía a la pena máxima por principio, y la Asociación Nacional para el Progreso de Personas de Color hacía, además, hincapié en el hecho de que un número desproporcionado de presos del “Pasillo de la Muerte” eran negros. Gilmore decidió que necesitaba ayuda en su lucha por enfrentarse cuanto antes al pelotón de fusilamiento. Había recibido una carta de Dennis Boaz, un abogado radical que en aquel momento intentaba ganarse la vida como escritor independiente. En su misiva manifestaba un profundo respeto hacia su postura y la intención de escribir su historia.
Moratorias (click en la imagen para ampliar)
Las autoridades de la prisión mantenían a los medios de comunicación alejados del reo, pero no podían impedir que viera a un abogado. Boaz consiguió entrevistarse con él. Durante aquella corta visita acordaron que este nuevo aliado no sólo le representaría legalmente, sino que escribiría y vendería su historia para dividir después los beneficios en partes iguales. Aunque hacía varios años que no ejercía la abogacía, el 10 de noviembre Boaz presentó el caso con mucha elocuencia ante el Tribunal Supremo de Utah y éste apoyó el derecho del acusado a retirar su apelación por una mayoría de cuatro a uno. La ejecución se llevaría a cabo en la fecha fijada.
El abogado Dennis Boaz
El caso ocupó todos los titulares de prensa de los Estados Unidos y, con él, la polémica de la pena capital volvió a ser un tema fundamental en la agenda de todos los políticos. El gobernador de Utah, Calvin Rampton, se unió al debate cuando declaró que el Caso Gilmore era digno de un análisis más profundo. El 11 de noviembre ordenó un aplazamiento para que la Comisión de Indultos pudiera revisar el caso en cuestión.
Gary Gilmore, desesperado, comenzó a pensar en el suicidio como remedio a tan prolongada agonía. Pidió a Boaz que le proporcionara somníferos suficientes, pero éste, después de pensarlo detenidamente, decidió que no podía hacerlo. Sin embargo, él no era el único a quien recurrir: siempre quedaba Nicole. Algunas veces, en sus cartas, le había pedido que se suicidara por él, por su amor, para encontrarse en otra vida después de la muerte. Ahora, tendrían ocasión de morir juntos. El 15 de noviembre, fecha en que se había fijado la ejecución inicialmente, Vern Damico visitó a su sobrino. Ambos expresaron su arrepentimiento por antiguas disputas y olvidaron sus diferencias.
Vern e Ida Damico durante el juicio
Ese mismo día, algo más tarde, recibió una visita de Nicole. Había conseguido reunir setenta somníferos pidiéndoselos en pequeñas cantidades a diferentes médicos. Podía haber comprado más, pero temía que alguno de los doctores informara a la policía. Se quedó con la mitad de las píldoras e hizo llegar el resto a Gilmore escondiéndoselas en la vagina, eludiendo así los registros rutinarios. Mientras se abrazaban en la sala de visitas, ella le pasó las píldoras y desde ese momento permanecieron el resto del tiempo mirando por la ventana, besándose y cantando.
Nicole Baker (click en la imagen para ampliar)
Cuando llegó a casa, Nicole dejó por escrito su última voluntad con respecto a sus pertenencias y a su propio cadáver. A medianoche se tomó las pastillas y mientras le hacían efecto, se tumbó en un sofá a contemplar una foto de Gary. A la mañana siguiente un vecino la encontró y la llevó al hospital de Utah Valley. Estaba en coma y sus oportunidades de sobrevivir eran mínimas. A él lo encontraron aproximadamente a la misma hora y lo llevaron al hospital. Gilmore era casi dos veces más grande que su compañera, por lo que la dosis de somníferos no fue en absoluto letal. Al día siguiente, lo devolvieron a su celda.
Gary Gilmore atendido de urgencia tras su intento de suicidio
Nicole despertó del coma el 18 de noviembre. Cuando él se enteró de que no había muerto, exigió que le permitieran hablar con ella, y ante la negativa de las autoridades penitenciarias se puso en huelga de hambre. Unos días más tarde ingresaron a la joven en el Hospital Estatal, donde estuvo bajo la atención médica del doctor Woods, quien había testificado en el juicio. El personal y el resto de los internos recibieron instrucciones de evitar siquiera mencionar el nombre de Gilmore. El doble intento de suicidio asustó a Dennis Boaz y le hizo cambiar de opinión. No podía seguir trabajando para conseguir la muerte de una persona. Después de despedirlo, Gary le pidió a su tío que se ocupara de sus asuntos desde el exterior. No se trataba simplemente de conseguir representación legal: su fama se extendía rápidamente y podía sacar mucho dinero con su historia.
Entrevista con Gary Gilmore en la revista Playboy
Vern contactó con dos abogados locales, Bod Moody y Ron Stanger, para que defendieran los intereses de su sobrino y pudieran presentarle a Larry Schiller, el productor cinematográfico independiente. Este fingió ser asesor fiscal y consiguió entrar con los abogados en la prisión para conocer al célebre Gary Gilmore. Desde lo ocurrido con Nicole, no le permitían tener ningún contacto físico con las visitas. Se sentaba en una sala de seguridad y veía a sus visitantes por una pequeña ventana. Habían hablado previamente por teléfono y el preso accedió a vender su historia al productor. Por este motivo se las ingeniaron para firmar los contratos y demás documentos aquella misma noche. Al enterarse de lo ocurrido, el alcaide se puso furioso y echó a Schiller de allí.
Moody y Stanger (click en la imagen para ampliar)
Larry Schiller fue a Salt Lake City para negociar los derechos de una película basada en el Caso Gilmore en nombre de la cadena de televisión ABC. Cuando la ABC se retiró, él siguió adelante, obteniendo de Gilmore los derechos por $50,000.00 dólares y los de Nicole, por $25,000.00. De pequeño, Schiller escuchaba por radio los informes de accidentes de la policía de Nueva York, luego acudía al lugar en cuestión con su bicicleta y tornaba imágenes de la escena para vender las fotografías a las compañías de seguros. Siendo uno de los fotógrafos más jóvenes de la revista Life, hizo reportajes sobre las noticias más importantes de los años cincuenta y sesenta. Y en 1963 vendió a la revista Playboy una fotografía de Marilyn Monroe desnuda por la increíble cantidad de $25,000.00 dólares. A finales de la década de los sesenta publicó Minimatat, un trabajo que evidenciaba la existencia de mercurio tóxico en aguas japonesas, y llevó a cabo el montaje fotográfico de numerosas películas; entre ellas Butch Cassidy and The Sundance Kid. En los años setenta se convirtió en productor cinematográfico. Una de sus películas fue Marilyn, basada en un libro en el que sus fotografías de la actriz iban acompañadas por un texto de Norman Mailer; otra, El hombre que escaló el Monte Everest. A pesar de sus éxitos, tenía fama de embaucador y de periodista especializado en la muerte. Fue duramente criticado por los procedimientos empleados para conseguir entrevistas con Jack Ruby, el asesino de Lee Harvey Oswald, justo antes de su muerte.
El controvertido Larry Schiller
Cuando se reunió la Comisión de Indultos el 30 de noviembre, Gary Gilmore abogó por sí mismo y desafió a la ley para llevar a cabo su decisión. Richard Giauque, portavoz de la ACLU, afirmaba que la cuestión que se estaba tratando no era asunto del propio condenado o de la Comisión, sino del proceso legal. Se rechazó cualquier otro aplazamiento por una mayoría de tres a dos. La ejecución se fijó para el día 6 de diciembre. Pero la ACLU no se rindió. Giauque presentó una petición en nombre de la madre de Gilmore, Bessie, argumentando que el reciente intento de suicidio demostraba que estaba mentalmente enfermo y que por ello era incompetente para saber lo que le convenía. El Tribunal Supremo dio de plazo hasta el 7 de diciembre para preparar el caso y prometió que emitiría un fallo definitivo. Gary Gilmore se puso en huelga de hambre: exigía que lo ejecutaran y no se detendría hasta conseguirlo.
Gary Gilmore ante la Comisión de Indultos, pidiendo su ejecución
Todo lo que el reo deseaba era hablar con Nicole. Intentó persuadir a Schiller para que sobornara a un médico del hospital, y al no querer hacerlo, éste se negó a contestar a sus preguntas. Nicole, por su parte, también intentaba desesperadamente hablar con él. Su abogado le hacía llegar algunas cartas, pero los otros internos la tenían siempre vigilada. El 13 de diciembre, el Tribunal Supremo rechazó la petición de la ACLU, decidiendo por cinco votos a cuatro que Gilmore había hecho uso de sus derechos de forma consciente. La ejecución fue definitivamente fijada para el 17 de enero. El condenado puso fin a su huelga de hambre, después de 25 días de ayuno, y accedió a cooperar con Schiller de nuevo.
Dibujo realizado por Gary Gilmore en la prisión
El 15 de diciembre, tras un plan fallido para hablar con su compañera desde el teléfono del juzgado, tomó una sobredosis de fenobarbital pero sobrevivió. La ACLU intentó conseguir la ayuda de su madre, una vez más, pero después de mantener una conversación telefónica con su hijo, se negó a intervenir. El 11 de enero su hermano menor, Mikal, fue a visitarle a petición de la Asociación, pero estaba convencido de que Gilmore no quería que su familia se mezclara en el asunto. Aquel día Gary se despidió de él diciéndole una frase que se volvería célebre y sería, desde entonces, citada una y otra vez: “Nos veremos en el Infierno”.
La ejecución se había fijado para las 07:49 horas del lunes 17 de enero. Al atardecer del día anterior llegaron a la prisión estatal de Utah corresponsales de todo el mundo. Venían preparados para pasar la noche despiertos y atentos a cuanto pudiera suceder. El alcaide había anunciado que a partir de las 18:00 horas del 16 de enero nadie podría entrar en el recinto penitenciario. Se celebró una pequeña fiesta de despedida en honor del condenado en la sala de visitas del pabellón de máxima seguridad. Sus abogados, sus tíos y otros miembros de la familia estaban allí. Su madre, Bessie, no pudo hacer el viaje debido a su precario estado de salud y Brenda estaba en el hospital.
La prisión proporcionó comida y refrescos, pero Vern consiguió pasar pequeñas botellitas de licor gracias a que las autoridades hicieron la vista gorda. El ambiente era distendido e incluso alegre al principio. A Gilmore le permitieron tomar unas anfetaminas y usar el teléfono de la oficina de los guardianes. Llamó a numerosas emisoras de radio pidiendo las canciones preferidas de Nicole y a su ídolo, Johnny Cash. Después, se puso el abrigo de su tía Ida y fingió que se escapaba con semejante atuendo mientras el vigilante, escondido tras su chaleco antibalas, le miraba con indulgencia. Pero esta parodia era algo más que una broma inocente. Durante la tarde había hablado con Vern, Moody y Stanger e intentó convencerles de que cambiaran sus ropas con él. Estaba seguro de que si conseguía salir del edificio, podría correr hasta la verja, trepar los cinco metros de alambre de espino y desaparecer en la oscuridad. En ese rato pudo hablar por teléfono con su madre para despedirse.
Mientras tanto, la ACLU seguía intentando salvar su vida. A las 22:00 horas consiguieron una audiencia ante el juez Ritter con el pretexto de proteger los intereses de los contribuyentes: solicitaban un aplazamiento basándose en que la ejecución supondría una malversación de los fondos públicos. A la 01:00 de la madrugada, el juez concedió un aplazamiento y fijó una nueva vista para el 27 de enero. Cuando Gilmore se enteró, estaba hablando por teléfono con Schiller para dejar atados algunos cabos sueltos de su historia. Al principio no se lo creía, luego se deprimió y, por último, se puso tan furioso que dijo que pagaría los gastos de la ejecución de su propio bolsillo.
En el momento en que se supo que no moriría por la mañana, le denegaron el consumo de drogas y tuvo que prescindir de las anfetaminas. Sin embargo, el equipo del fiscal general no estaba vencido. Habían previsto la posibilidad de una jugada de última hora y tenían preparado un avión para atravesar las Montañas Rocosas y llevar el caso a Denver, la siguiente autoridad judicial en el escalafón para apelar contra la decisión del juez Ritter. Se convocó apresuradamente una vista que comenzó a las 06:50 de la mañana ante tres jueces. El Estado de Utah insistió en que los intereses de los contribuyentes eran sólo un pretexto, una maniobra desesperada para atrasar la ejecución, y en que la ACLU no tenía ningún derecho legal para actuar en nombre de Gilmore.
Las protestas de la ACLU contra la condena de Gilmore
Entretanto, en la prisión, el alcaide tenía instrucciones de seguir adelante con todos los preparativos de la ejecución. Los que no iban a presenciar el acto se despidieron a las 06:50, aunque eran pocos los que creían que aquello era realmente el final. En el exterior comenzaba a reflejarse una luz tenue en los campos cubiertos de nieve. La ejecución tendría lugar en una fábrica de conservas del interior del recinto penitenciario, lejos del pabellón en que estaban las celdas. Gilmore llevaba puestos unos pantalones blancos y una camiseta negra y apretaba entre sus manos una fotografía de Nicole que había recortado de una revista. Lo llevaron esposado hasta un furgón. El alcaide recibió entonces una llamada telefónica: el Tribunal de Denver había desestimado la decisión del juez Ritter a la 07:35. La ejecución seguiría adelante. La ACLU, desesperada, contactó con la Corte Suprema de los Estados Unidos pero, a las 08:03 de la mañana volvió a denegarse un aplazamiento. Los abogados ya no podían hacer nada.
La camioneta transportando a Gary Gilmore
El furgón llegó a la fábrica de conservas a las 07:55 horas. El condenado subió por unas escaleras de madera hasta una sala de grandes dimensiones completamente vacía. En un extremo caía desde el techo una cortina azul, tras la que esperaba el pelotón de fusilamiento, cinco voluntarios de la policía de Salt Lake City. Uno de los rifles estaba cargado con balas de salva.
En la cortina había unas aberturas y a través de ellas dispararían contra el reo, quien estaba ya sentado en una silla de madera, a seis metros de distancia, a la que le ataron los pies y las manos con unas correas. Entre la silla y el muro de piedra que tenía a su espalda habían puesto sacos de arena cubiertos por un colchón viejo.
Gilmore invitó a Nicole, pero no le permitieron asistir; también invitó a su tío Vern y a sus abogados. En total, había unos cuarenta testigos colocados tras una línea pintada en el suelo. Cuando lo iban a atar en la silla, Gilmore llamó a su tío y le entregó un reloj, parado a las 07:49, la hora que se fijó inicialmente para la ejecución. Era para Nicole.
El alcaide dio lectura a la notificación oficial de ajusticiamiento mientras el condenado se inclinaba de un lado a otro intentando ver a los verdugos, ocultos tras la cortina. Cuando le preguntaron si tenía algo que decir, respondió secamente: “¡Acaben de una vez!”
Después de que un capellán católico le diera la Santa Unción, le pusieron y ataron en la cabeza una capucha de lona. Un médico le prendió con alfileres un círculo blanco de papel sobre la camiseta, a la altura del corazón. Durante la cuenta atrás permaneció muy tranquilo.
Luego los cinco rifles dispararon al unísono con tal estruendo, que el sonido traspasó los tapones de algodón que llevaban puestos en los oídos todos los testigos. La cabeza de Gilmore cayó suavemente hacia delante y su mano derecha se levantó levemente.
La sangre goteó por sus pantalones blancos y empapó sus zapatillas de deporte dejando un charco en el suelo. Eran las 08:07 horas. El médico examinó el cuerpo y confirmó que Gary Gilmore estaba muerto.
El cadáver de Gary Gilmore
Mientras trasladaban el cadáver a Salt Lake City para hacer la autopsia de rigor, Vern, Schiller, Moody y Stanger reunían fuerzas para enfrentarse a una conferencia de prensa.
El cuerpo de Gilmore durante su traslado
Gilmore pidió que sus córneas sirvieran para alguien más, y fueron trasplantadas con éxito ese mismo día. Luego, el cuerpo de Gary Gilmore fue incinerado y sus cenizas esparcidas desde un avión, por Spanish Fork y otros lugares de Utah.
Los ojos de Gary Gilmore (click en la imagen para ampliar)
Bessie Gilmore, cada vez más paralizada por la artritis, murió, completamente sola, en 1980. Poco después de la ejecución, Ida Damico sufrió una apoplejía. El tío Vern tuvo que vender su zapatería para poder cuidarla.
Figura de cera representando a Gilmore
Nicole salió del hospital psiquiátrico a finales de enero de 1977. Se fue de viaje con su madre y los niños a expensas de Schiller, pero nunca regresaron a Utah. Su madre, Kathryne Baker, se trasladó a Reno, Nevada, y trabajó como camarera; Nicole cambió de nombre y se estableció en California con sus hijos. Después se mudó a Oregón.
Cronología del Caso Gilmore (click en la imagen para ampliar)
Tras la respuesta de los medios al Caso Gilmore, Larry Schiller propuso al novelista Norman Mailer que escribiera un libro basado en su historia, a partir de las numerosísimas entrevistas que había conseguido de todos los implicados. Mailer terminó el libro en quince meses y lo tituló La canción del verdugo (The executioner’s song). Fue publicado en 1979 y, gracias a él, Norman Mailer recibió el Premio Pulitzer en 1980. Mailer también escribió el guión cinematográfico de la película de Schiller, del mismo título.
Norman Mailer, autor de La canción del verdugo
Otra película rodada muchos años después, Un disparo en el corazón, narra los últimos días de Gilmore a través de los ojos de su hermano menor, Mikal Gilmore. El caso Gilmore también fue mencionado en un número de la historieta Punisher War Zone.
Gilmore en las páginas de Punisher
Por otro lado, la historia de su donación de córneas sirvió como tema para la canción “The Gary Gilmore eyes”, del grupo The Adverts.
Cartel musical y letra de la canción sobre los ojos de Gary Gilmore
domingo, 28 de marzo de 2010
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4 comentarios:
Coincido con Gilmore: el sistema de justicia gringo ( agregaria el mexicano, que caray, tambien ) es peor que la mismisima muerte.
Hola, soy el creador del website "Escrito con Sangre" (www.escritoconsangre.com.mx). Este post ha sido copiado textualmente del que se publicó en nuestra página. Te pido que por lo menos, nos menciones como fuente. Gracias.
Pues si, lo he comparado con el que está en el website "Escrito con Sangre" y es una copia exacta.
Houdini no fue familiar de Gilmore. Eso es mito ya muchas veces desprobado.
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